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04 julio 2013

El Forastero #4

4

Estaba sin trabajo fijo. Filmaba y sacaba fotos en eventos. Era free lance. Primero la palabrita esa: free lance o “freelo” como se dice en ese ambiente son detestables. Me dan ganas de pegarme piñas en la cara. Segundo, no podía no sentirme un extraño en esos lugares. Hay mucha gente que le gusta, yo lo respeto. Pero son, creo yo, un reflejo en carne viva de la sociedad que nos toca, exacerbando las peores cosas. Como verla con una lupa, como ver una versión grotesca y diminuta. Como si fuera una suerte de maqueta, de set de la más artificial telenovela colombiana. Todos tienen su cargo, todos responden a una línea de mando, los eventos son claramente verticalista. Los cocineros, las camareras, los lavaplatos o bacheros, los de limpieza, los de sonido, los iluminadores, el dj, los números de entretenimiento; circo, humoristas, músicos, cada uno con sus asistentes, sus sonidistas; los camarógrafos, el de la grúa, el director de cámaras, el o a veces los fotógrafos, cada uno respondiendo a un superior, a su vez ese superior respondiendo al responsable de toda la organización del evento que a su vez responde al cliente: empresa u organismo cualquiera sea este. 

Y yo en el medio de todo eso. Otra vez en el medio. Pero esta vez como un infiltrado, un espía. Hacia mi trabajo sí, pero me aburría, me aburría terriblemente. Pero en realidad era raro, porque lo recuerdo con tedio, pero a su vez hacía esto de “mezclarme” y me divertía terriblemente. Era como un doble agente sin misión alguna. En los momentos muertos no hacia “lobby” (otra palabrita linda ¿no?) con los camarógrafos, ni intentaba levantarme una camarera, ni corría a la mesa de fiambres. Me quedaba ahí, en el medio de la bataola, pasando totalmente desapercibido. Cuando no me veían, bajaba la cámara, y me acercaba a la barra y agarraba una copa de vino, o hasta a veces me pedía un wisky, el más caro. Como iba de traje (requerimiento obligado de los “socialeros”), enseguida me podía transformar en un invitado más. Los mozos y los barmans tienen la obligación de servir. Bueno, con mi vaso en la mano, miraba. Tomaba y miraba todo, miraba el mecanismo de todo eso como si fuera un enorme reloj suizo. Veía como cada cosa encajaba a la perfección, como hasta cada grito era lo esperado, la forma de relacionarse. Miraba esa maquinaria perfecta, pero no podía evitar sentirla artificial. Como Rober De Niro cuando en la película “Casino” hace la descripción de justamente su casino. Pero en este caso todo resultaba más burdo, más exagerado y berreta todo.

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