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20 marzo 2014

El Forastero #11 (Penúltimo Capítulo)

11

Toda la vida soñé con una maquina del tiempo. Ahora está de moda. Ahora “Volver al futuro” es la película de culto políticamente correcta. Y no es por “bancar” a tal o cual cosa desde  Cemento, pero yo vi “Volver al futuro” en el 80 y algo y “Volver al futuro II” en el 90. Pero está bien, esas cosas pasan. Yo sé que vínculo tengo con el film y me basta. Me acuerdo que la alquilé apenas salió en video. Sí, era de los afortunados que tenía videocasetera. Era un mastodonte marca Noblex. Ya habiendo visto la 1, y teniendo al Doc, clavado en la cabeza, volviendo del futuro y llevándose a Marty y a Jennifer volando (literalmente) en el Delorian con una de las mejores frases del cine: “¿Carreteras?, a dónde vamos, no necesitamos... carreteras”. Vi la cajita del vhs de la 2 en el video club de Javier, un pibe de unos 30 años que nos cagaba a palos porque le revolvíamos todas las películas. Y me la alquilé, pero para mí me la estaba robando, la estaba secuestrando, no la pensaba devolver. Iba a pedir rescate, me iba a ir a la loma del orto con la película y no pensaba volver más. La vi –me acuerdo- un día de semana, a la tarde noche, solo, en mi casa. Mis viejos estarían en sus cosas, mi hermana, en las suyas, y yo solo, en el living, frente al televisor, devorando esa cinta. Siendo esa aventura, viviendo en otro tiempo, otro lugar. Literal y metafóricamente.  
Y desde ese momento, desde esas películas (la 1 y la 2) fue como un interruptor que se prendió. Otra vez, un interruptor. Listo, ya algo viajaba por adentro de mi cabeza. Desde ese entonces me empezaron a obsesionar los viajes en el tiempo. Veía todo lo relacionado con eso, me compraba cuanta revista de divulgación científica hablara de esos (y otros) temas: “Muy interesante”, “Descubrir”, “Conocer y saber”. Con amigos jugábamos a ‘Volver al futuro’. Hablábamos de detalles infinitamente sutiles, de supuestos errores. Y las veíamos, una y otra y otra vez.

Todo esa pasión explotó en forma de “Narración: tema libre” en 6to grado. El tema libre puede apabullar a los más estructuraros: “Uy, ¿de qué hablo?”; “¿No se me ocurre nada, Seño”; “Tema libre, tema libre... ya sé ‘La vaca’”. Pero a otros los puede alentar, a otros les puede dar las riendas para Ser como nunca antes. Más en un colegio de monjas, conservador. Bueno, yo que en toda la primera me sentí un boludo, en primer grado estuve a punto de repetir por “lento”, me puse a escribir como nunca antes, como nunca antes literalmente, nunca lo había hecho hasta ese momento y nunca lo volvería a hacer hasta los 17 o 18 años. Escribí sin parar, escribí sin levantar la cabeza, sin dudar un segundo. Era una narración pedorra para el colegio, pero hoy puedo decir que fue mi primer cuento. El tema abordado fue: El viaje en el tiempo. El título: “Dile al tiempo que vuelva”. El título no fue una invención mía, me había inspirado en una película rosa con Christopher Reeve, que había visto una vez en televisión: “Somewhere in Time”. Y que en latino se llamaba algo así. La película no es buena pero a mí me había impactado. Plantea que si uno consigue pasar la noche en un edificio antiguo y logra recrear la habitación con todos elementos de esa época: ropa, monedas, reloj, muebles, todo. Se acuesta a recitar una suerte de oración, al despertar habrá logrado trasladarse a ese tiempo.    
Volviendo a mi narración, la trama era compleja, medio difícil de seguir, viajes en el tiempo, dos versiones de una misma persona, y un amor, creo que no correspondido. No habrá sigo una gran cosa, seguramente, pero no importa. No estamos juzgando el nivel literario de un chico de 11 años que nunca había escrito antes, sino lo que estaba subterráneamente. Lo que por abajo se estaba gestando. La leí en voz alta. Leía horrorosamente mal. Pero mal enserio. Y esto milagrosamente lo leí bien. Normal, qué sé yo. Se entendió. Suficiente. Todos se quedaron cayados. Un amigo, recuerdo, me tiró abajo con eso de que leía mal. Pero está bien, cuando somos chicos solemos ser malos. La maestra no escuchó peros, dijo que lo había leído bien, que la trama era intrincada y se había entendido perfecto. Se quedó unos segundos en silencio, me sonrió y luego decidida se acercó a mi banco y sin más escribió en la hoja: “10 sobresaliente”. ¡A mí!, ¡al que leía como un tartamudo, al que tenía horrores de ortografía que lograban espantar a maestros y monjas! ¡Un 10! No habría podido prever jamás un 10 en Lengua. Jamás.   

Bastante más grande, de adolescente, charlando con otro novio de mi hermana, Lalo, un genio, llegamos a la conclusión que en “12 monos” la escena final se repite y se va a repetir por toda la eternidad. A saber: Cole (Bruce Willis) de adulto recuerda que cuando era un niño vio un asesinato en un aeropuerto. Luego ya de adulto viaja al pasado, al tiempo que era un chico, (por el quilombo del virus y la mar en coche), las cosas se complican y debe huir de la policía, corre por un aeropuerto, pero la bala de un oficial lo alcanza. Cae en brazos de la doctora Katheryn Railly pero antes de morir ve a un niño que lo está viendo atónito. Ese niño era él. Ese chico era él mismo. Ahí Cole, el adulto, entiende todo.
Nuestra hipótesis: Si el Cole adulto pasó toda la vida recordando ese asesinato, es que eso ya pasó. El niño Cole ahora, va a quedar recordando eso hasta que llegue a ese punto y segundo antes de encontrar la muerte entienda todo al verse así mismo de niño, otra vez. Y así otra y otra y otra ves, infinitamente.   

Después, un poco más grande, con veinteipico cuando veía más películas de las que podía asimilar, descubrí un libro que marcó para siempre mi vida y le dio un orden a esas seudo teorías que esbozábamos con el novio de mi hermana. El libro: Otras Inquisiciones. El autor: Jorge Luis Borges. No es ninguna novedad que los cuentos de Borges son brillantes, pero a mí, en ese momento, me pegaron más los ensayos. Qué sé yo, son etapas.
Borges en un ensayo de este libro cita a Herny James, y yo a su vez voy a tratar de citar a Borges. (Aunque creo que más bien voy a parafrasearlo): Borges cuenta que un tipo X está obsesionado con un dibujo que data de muchísimos años atrás. El dibujo es un retrato que inquieta el señor X por ser perturbadoramente parecido a él. Logra, el tipo éste, viajar a la fecha que indica el dibujo. Una vez allí, este señor, busca desesperadamente al autor del dibujo. Entre su aventura, ya cansado, descubre de casualidad que un hombre lo está dibujando sin su permiso. El señor X se acerca y ve con pavor el retrato en cuestión. Borges dice que James crea en su relato el regressus in infinitum. La causa es posterior al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencia del viaje.
Este magistral ensayo cayó como un rayo, directo a mi cabeza, ¡fum! Y le dio un nombre, un título a mis ideuchas. Sentí que estaba escrito para mí, sentí que Borges había viajado en el tiempo, quizás sentado en un bar nos escuchó divagar, y frente a semejantes paparruchadas dijo: “Bueno, cuando vuelva a mi tiempo, voy a escribir un ensayo como para que despabile este pobre cristiano. Por supuesto está la variable de que nunca se le ocurre leerlo, pero bueno, si le gustan los viajes en el tiempo quizás haya una remota esperanza”. 
O quizás, es una terrible coincidencia, nada más.

Entonces ahora, con algunos años más, escribiendo esto sigo volviendo, como un sueño recurrente, una y otra vez a los viajes en el tiempo. Porque estaba ahí, a los 11 años, y está ahora a los 34. En el medio muchas cosas, lo cierto es que en el momento de la narración nadie vio que ahí había algo, nadie fomentó (más allá de ponerme un 10) ni me incentivó. Después de ese 10 volvió todo a la normalidad. Volví a leer como el orto, a escribir peor. No sé, me podrían haber mandado a un taller literario. Pero está bien, tampoco es que yo decía que quería escribir. Quizás fue un momento de supraconciencia el que me llevó a sacar esa historia. No sé. La cosa es que acá estoy ahora escribiendo sobre los viajes en el tiempo con el mismo fanatismo con el que lo hablábamos con mis amigos, de chicos. Con la misma pasión con la que desembuché esa narración.
Y siguiendo una teoría que tengo que dice: si de grandes conservamos o exploramos algún vestigio de algo que nos apasionaba de chicos, lo qué sea, puede ser indirectamente, es que andamos por buen camino.

Continúa. 

3 comentarios:

  1. Jajaja. ¡Recuerdo esa película con Christopher Reeve!
    Ahí también había un retrato.
    Me intriga cómo terminará esto.
    Ser un monstruo de varias cabezas es bueno. Salvo que te cruces con Hércules.
    Saludos.

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    Respuestas
    1. Qué nivel! Exacto, ahí también hay un retrato. Película mediocre pero con algunos elementos interesantes.
      Esperemos que no me cruce con el loco ese. Y se viene, se viene: En el final prometo fuegos artificiales y un poco más de acción!
      Gracias por leer, camarada!
      abrazo!

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