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01 septiembre 2014

La otra regla de la L

Siempre pensé que era disléxico. 
Siempre pensé que era lento. 
Me costaba el estudio, me costaba leer y me costaban los dictados. 
Era lento para asimilar algunas cosas. 
Aún hoy, tengo faltas, me confundo algunas palabras y algunas letras al leer o al tipear. 
Se me mezcla cuando me quiero referir a la izquierda o la derecha; nunca me acuerdo cuál es la seña del ancho de basto y cuál la del ancho de espada en el truco; y siempre dudo si la L es la derecha y la R la izquierda o viceversa, en los auriculares del mp3.

Toda la vida se lo adjudiqué a una dislexia que me inventé (nunca me la diagnosticaron) o a una incapacidad de otro tipo. Pero no, hace poco, Andrés Borghi (en compañía de Ariana) me dio una ejemplo práctico sobre el tema puntual de los auriculares.
Levantó la mano izquierda y dibujó una L con el dedo índice y pulgar: “Left”, me dijo.
Como —es obvio— leemos de izquierda a derecha, este “ayuda-memoria” o truco es infalible: Mano izquierda haciendo la “L” = Left = Izquierda.
Mano derecha haciendo la L, nada, ni siquiera es una L.

A partir de esta simple, llana, pavota explicación nunca más volví a dudar sobre qué auricular va en cada orificio auditivo.

No soy disléxico, no tengo problemas de aprendizaje ni me cuesta asimilar un carajo. Alguien me da una explicación práctica y nunca más vuelvo a dudar.

Entonces concluyo: la gente que se encargó de enseñarme ciertas cosas, lo hizo mal.

Sebastián Culp



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