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17 febrero 2014

El Forastero #7

7

Bueno, me senté en el mini-mercado de la estación de servicio. Todo muy lindo. Me gustaban esos lugares medio no lugares. Donde no sabés qué hora es, no sabés bien dónde estás. Puede ser una estación de Madrid, de Chascomus o de Reikiavik . Obvio que ciertas cosas van a cambiar, no creo que haya una bauquita en Islandia, pero en general, el “espíritu”, cierto aire (más bien frío) lo mantiene. No había mucha gente: una chica enfrente mío, un taxista al acecho de un pancho, y nadie más. Bueno, y la mina que atendía que estaba meta-meta con el celular.
Me puse a dibujar en un cuaderno con una birome azul un tipo adentro de un ataúd. No sé porqué dibujé esa cosa macabra, igual como que el tipo no estaba muerto, estaba así recostado, vivo, con los ojos abiertos, pero no se movía, estaba duro, petrificado. Ahora que lo pienso creo que hubiera sido menos raro que estuviera muerto ¿no? Por lo general la gente cuando muere termina ahí. Pero que un tipo vivo esté recostado en un ataúd no es lo más frecuente.
De golpe algo en el dibujo no me gustó y lo taché apretando la birome, y habré movido fuerte el brazo porque llamé la atención de la chica que estaba estudiando.
Levanté la vista y con disimilo tapé con las manos el cuaderno, ella me miró, yo corrí la vista, cerré el cuaderno y lo puse en la bolsa. Ahí volví a mirarla, como revolando los ojos, pero ella ya había vuelto a sus cosas. Sus libros. Por suerte. 
¿Qué estará haciendo? Estudiando, es obvio... pero ¿qué?, pensé.
A veces me gustaba hacer eso; mirar a la gente y tratar de descubrir qué hacen, quiénes son, a dónde van, de dónde vienen, ¿tienen novios/as?, ¿amantes?, ¿una úlcera?, ¿un tatuaje?, ¿una deuda?, ¿de qué trabajan?, ¿dónde?, ¿por qué?, ¿leen?, ¿qué leen?, ¿que música escuchan?, ¿qué ropa interior tiene?, ¿de qué color?, ¿colute?, ¿o conjunto de encaje?, ¿tanga?, o...

—Muchacho, no podés sentarte sino consumís nada... – me dijo la cajera con un vozarrón que parecía salido de otro cuerpo, no de ese diminuto.
  
Me puse de pie de un salto y en silencio absoluto recorrí el mini-mercado. Mire las góndolas, las heladeras. Lo hacía lento, no tenía ningún apuro. Me gusta sentir esa sensación de no tener apuro alguno. Finalmente me agarré una barra de cereal. Yo no comía esas cosas, no sé porque la agarré.   
Pagué y me senté de nuevo. Aburrido me puse a ver todo lo que había ‘recolectado’. Saqué de la bolsa de nylon: los volantes, los imanes, las promociones. Me puse a leerlos. A leerlos como quien lee un cuento, un libro copado, de aventuras, de espías rusos o un policial o uno de suspenso. Me gusta leer esas cosas, sobre todo lo volantes grandes, los que traen los 38 gustos distintos de pizzas. Me gusta ver los precios, las “innovaciones” en materia gastronómica o el gusto especial, el plato que supuestamente los distingue de todos: el plato que siempre lleva el nombre del local. Pero sobretodo me gusta ver las “promos”. Evalúo la mejor promoción, evalúo cuál me convendría si estuviera con tal grupo de gente, o si fuera para un cumpleaños, o tal. Me gusta. Me entretiene.
Panadería La Providencia: “Promoción Primaveral: con la compra de una docena de sándwiches de miga de durazo y jamón, gratis ¼ de tortitas negras”; Kiosco La ventana 2: “Kiosco de barrio y para el barrio, Delivery de bebidas alcohólicas las 24hs”.
Un tuvo de neón se encendió en mi cabeza.
No es que sea alcohólico, pero me gusta tomar. De chico me acuerdo le tenía miedo a los borrachos. Me acuerdo de una historia que mi viejo había bajado de una piña a uno, no por borracho, sino por molesto. Parece que se había puesto cargoso, iba con mi vieja, (todo antes de que yo existiera) y bueno, tuvo que pararlo. Pero esa imagen medio fantasmagórica que se me figuraba en la cabeza: el borracho zigzagueando, una noche cerrada, un barrio medio desolado, me generaba miedo. Por otro lado, cuando yo tenía, no sé... 6, 7 años, mi vieja cuando tomaba cerveza o vino a veces se hacía la borracha y me cargaba, se me ponía encima, me hablaba, me acosaba, y a mí se me crispaban los pelos de la glotis. Me aterraba. Le decía que la cortara, que vuelva mi mamá de nuevo, la normal.
Qué raro esas imágenes que se nos representa en la cabeza de chicos. Hay ciertas cosas que se fijan para siempre como carteles de propagandas de una manera y listo, se quedan ahí. El otro día volví a ver una película de los 80: “Fortless”. Es un telefilms de HBO ole, el viejo canal. Antes que sea lo que es ahora. La película la daban y la recontra daban en ‘Cine Shampoo’ de canal 13, y en ‘Sábados de súper acción de canal 11. En fin, la recordaba con pavor, me había dado mucho miedo. Unos pibes de una escuela rural en Australia, junto a la maestra eran raptados por un grupo de tipos con caretas de pato, ratón, león y el cabecilla con una de Papá Noél. Los metían en una cueva tapando la entrada con una piedra, sin agua ni comida. Hasta que ellos descubrían la manera de escaparse por un pasadizo secreto.
Bueno, la película sigue, pero la cosa es que yo recordaba una imagen, estaba seguro de una escena en particular, y resulta que esa imagen no existe. Esa escena no fue filmaba. O sea, luego de la fuga de los prisioneros llegan como pueden a una casa donde “Oh casualidad” los raptores encapuchados estaban desvalijando a unos viejecillos. La cosa es que los nenes tenían hambre, la maestra les exige que les den algo, que son nenes. Uno, el cara de ratón, enfurecido dice que había bajado a la cueva personalmente a dejarles la comida, pero ellos ya no estaba. Entonces ahora no había comida para nadie. Bueno, esa imagen, la acción de bajar a la cueva y ver cómo ellos (los nenes) se iban, o ver simplemente la cueva vacía, yo la había visto. Yo había visto esa escena que jamás fue filmada. Yo la tenía guardada impresa en la cabeza, la tenía tan incorporada como la mascara de pato, y al Papá Noél disparando con una itaka.
El cine si está en alguna parte debe estar en la cabeza del espectador.
Como también cuando leo una novela o un cuento y, por ejemplo, un tipo vive solo en un departamento, siempre me imagino un departamento que conozco. El departamento donde vivían mis primos con su mamá y mi abuela. Me lo imagino con variaciones, con sutiles cambios como paredes de otro color, más si la descripción de la novela se detiene especialmente en detalles, pero siempre caigo ahí. Como cuando estamos inmersos en un intenso sueño. Es ese departamento pero claramente no es ese departamento.      
De igual modo me pasa con las novelas donde aparece un colegio. ‘Un crimen secundario’, ‘El fantasma del teatro municipal’, y demás novelas para adolescentes que leía en el secundario, y que hoy releo como la mejor manera de volver a esos años turbados y alucinantes.
Esta es la forma más llana y pelotuda de entender como el arte se completa con la mirada del otro. Cargándose de sentido (ya lo sabían todos) y literalmente con esta demostración de trabajo práctico de 2do año.  

Bueno, sigo, me acuerdo que en ese momento, en el mini-mercado de la estación de servicio, hubiera dado una cornea por una cerveza a -05 grados. Lo mismo que ahora.

Continúa. 

13 febrero 2014

Bigote Falso Educa

Tras un estudio médico exhaustivo, BF logró determinar el origen de por qué nos atoramos. 
¡San Blas, San Blas!   




Dedicado para los que alguna vez, comiendo, escucharon la frase "Se me fue por el otro conducto" y les dieron ganas de serrucharse con un Tramontina abajo de una uña.

06 febrero 2014

Bigote Falso #1 Paralelo (pdf)

No es material que quedó afuera de la #1
No es material nuevo
Ni material especial

Es una versión paralela
Desprejuiciada
Fresca (?)
Sexual y delirante
Hecha con un programa horrendo y sin pensar demasiado
Sin filtro ortográfico, ni editorial. Sin filtro de ningún tipo, bah
Ni más ni menos

24 páginas
Sólo disponible en pdf
Gratis
Para leer en casamientos y ascensores

Bigote Falso
La única revista del universo con una versión paralela

Leer acá:http://issuu.com/bigotefalso/docs/bigote_falso__1_paralelo




04 febrero 2014

Correo de lectores díscolos

HOY: Pavor en el fast food

Este texto nos llegó un día cualquiera a nuestra casilla de mensajería personal para confirmar que nunca más seríamos los mismos.
Fue escrito hace mucho, incluso antes de que existiera siquiera el germen de Bigote Falso, pero su destino era este. 

¡Gracias Gustavo Farenzena, por confiarnos semejante material!
¡Alerta de contenido escatológico! 


Noche de miércoles. Oct. 2007 

Después de medianoche, al salir del cine con mi mujer sentimos crujir nuestros estómagos motivados por el apetito que teníamos luego de las casi 3 horas que duró la película.

Dentro del patio de comidas del mismo shopping vimos encendidas las luces del mostrador, y toda la cartelera del fast food nos invitaba a comer una jugosa y brillante hamburguesa. Con asombro, la empleada del local nos dijo que esa caja estaba abierta y decidimos, casi al instante, pedir dos hamburguesas (igualitas a la que mostraba el  luminoso cartel).
Nos quedamos pegados al mostrador a la espera de la confección de nuestra preciada y postergada cena. Casi inmediatamente, tuve que presenciar una increíble escena protagonizada por el encargado del local, quien estaba encerrado en un cubículo aparte, pero pegado a la cocina, con su camisa de color diferente que el resto de los 3 empleados que quedaban a última hora.
En ese cuartito, presencié una escena que jamás había visto en mi vida: el encargado, un hombre de algo más de 30 años de edad, observaba concentrado el monitor de su computadora, mientras se adentraba con el dedo índice en su fosa nasal derecha en una lucha sin igual.

Se metió el dedo índice con tanta insistencia y en busca de algo perdido en las profundidades de los orificios nasales y, a pesar de mi asombro, el hombre ofició su cometido con tanta persistencia y atención que dudo que se haya percatado de que alguien lo pudiese estar observando.
Luchaba y movía con destreza sus dedos tratando de despegar esa difícil y dura bola mucosa. Después de, aproximadamente, un minuto de lucha incansable, y con la incorporación y ayuda del dedo gordo, logró sacar esa masa de moco que terminó siendo arrojada a un destino incierto.

Acto seguido, este luchador perseverante se levantó de su silla para dirigirse directo a la cocina para hablar, no sé qué cosa, con el cocinero.
Obviamente, después de semejante y concentrada actuación el tipo nunca fue consciente de que a 3 o 4 metros, del otro lado del mostrador, había un obsesivo cliente que ya había pagado su ansiada cena; rogando mentalmente que no tocara ningún elemento de cocina con sus manos recién salidas de tal asqueroso y anti culinario lugar.

Con mi mirada seguí atentamente cada movimiento de su mano derecha, incluso pedí ayuda a Luciana, mi mujer, quien presenció el inigualable acto de la salida del moco.

Por suerte, se limitaba solo a apoyarse en la pared mientras el cocinero tomaba el pan, lo ponía en la tostadora, agregaba la salsa salida de una especie de jarra plástica y agregaba algo parecido a cebolla picada, para luego agarrar una feta de queso amarillo, ¡¡¡¡pero cuidado!!!!, el encargado agarró la espátula (por suerte con la mano izquierda…), le aviso a mi mujer, que me dice: “no está tocando la comida”.

Mi mirada se fijó, exclusivamente, en sus movimientos; entonces levantó con la espátula la hamburguesa para apoyarla delicadamente sobre el pan, con tanto cuidado y equilibrio que, para dicha tarea, apoyó sus ágiles e inmundos dedos exploradores en el medio de la hamburguesa... //

Final 1. Teníamos hambre y la comimos….

...siempre oí historias de locales de comidas, pero nunca me tocó vivir semejante situación, y con el estómago tan vacío….//
Pedí hablar con el encargado, quien se acercó sin tener idea de lo que había hecho, le conté lo sucedido y negó haber tocado la comida con los dedos.

Final 2. Le rompimos todo el local y fuimos presos.


Final Real. Después de mucha queja, nos devolvieron el dinero. Salí con hambre, asco y bronca, y lo volqué en algo parecido a este texto...

03 febrero 2014

Algunas verdades menores sobre el hombre y la mujer

-Las mujeres siempre tienen un paquete de pañuelos descartables en la cartera.

-Los hombres nunca encuentran las cosas, aunque las tengan delante de los ojos. 

-Las mujeres, sobre todo cuando están llegando a su casa de noche, siempre sacan las llaves antes de bajar del colectivo y/o subte. 

-Los hombres hacen caca con la puerta abierta. 

-A las mujeres, después de tomar helado les agarra frío (y se ponen un saquito sobre los hombros).

-Los hombres pasean a sus perros sin correa.

-Las mujeres, durante el invierno apoyan el culo en la estufa.

-Los hombres se meten a la pileta de un salto ruidoso.

-Las mujeres se meten a la pileta caminando, de a poquito.

-Las mujeres tienen una extraña devoción por Farmacity.

-Los hombres evitan las charlas telefónicas afectuosas con sus novias mientras estén frente a sus amigos.

-Las mujeres tienen tendencia a mirar las fechas de caducidad y las tablas de calorías en los productos. 

-Los hombres cuando manejan se pican la nariz con impunidad en los semáforos.

-Las mujeres siempre que entran a la habitación de un hotel lo recorren entero.

-Los hombres siempre que entran a la habitación de un hotel se sientan en la cama.

-Las mujeres reparan en los detalles, suelen decir: “Habría que regalarles algo a Alejo y a Carla”. 

-Entre mujeres se hacen regalos para los cumpleaños.

-Los hombres apenas se saludan por el cumpleaños.

-Se encuentran dos amigas dos segundos y charlan de cómo están, en qué andan, cómo les fue con tal pibe, el problema que hubo con esa otra amiga del secundario.

-Se encuentran dos amigos dos segundos y charlan de la última de Scorsese, del gol imposible que hizo Messi, de que empieza la segunda temporada de The Following... (Cortá y pegá el tema recurrente según cada personalidad). 

-Las mujeres no pueden deshacerse de los pañuelos descartables que ya fueron usados. Siempre son reutilizables. 

-Los hombres pueden usar el mismo jean sin lavarlo como por un mes.

-Las chicas de 12 años el último día de séptimo grado lloran.

-Los chicos de 12 años el último día de séptimo grado se ríen.