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25 marzo 2014

Entrevista a BF: "Idolatramos a Pepe Monje"

Nos entrevistaron: 
¿Mamá, llegamos?

Los amigos de 'Notas' nos hicieron una entrevista muy respetable. Sobretodo porque se tomaron muy bien nuestros caprichos y extraños métodos para pautar el encuentro. 

Muchas gracias, chicos, nos sentimos muy cuidados!!
(Pasen por el portal de noticias que es una maravilla)


"Somos adictos a la letra impresa" 

Hablamos con Sebastián Culp y Lucila Yañez, algunos de los irresponsables intelectuales de la revista cuatrimestral Bigote Falso, que presentó su primer vástago al mundo en octubre de 2013. Luego de un difícil proceso de citas secretas a horarios estrambóticos y en esquinas desconocidas, así como de un escalofriante descenso al bunker bigotudo (vaya a saber por qué andurriales, porque los últimos kilómetros los recorrimos con los ojos vendados), un abnegado equipo periodístico de Notas pudo concretar la siguiente entrevista.

- ¿Por qué Bigote Falso? ¿Quiénes hacen BF?
- Consideramos que los bigotes son cosa seria, referirnos a un bigote de fantasía hace que todo sea un poco más ridículo.
Los autores materiales e intelectuales de Bigote Falso somos: un par de novios, una hermana, una amiga diseñadora y montones de colaboradores que nos envían su maravilloso material
- ¿Cómo fue el proceso de evolución del blog al papel? ¿Por qué jugarse a editar una revista en papel en pleno siglo XXI? ¿Cómo lo financiaron?
BF nació como un simple blog, un blog para divertirse. Más que un colectivo era una camioneta combi medio abollada y sin papeles, pero que nos llevaba y nos traía. Oh, cuántos recuerdos.

Un día en el programa de radio Hagamos un trato, donde hacíamos una muy respetable columna de humor, conocimos a Pía de Ideame que nos incitó a que hagamos algo con ellos. Corte A: estábamos acodados en un bar -cerveza de por medio- elucubrando un proyecto. ¡Una revista!, le gritamos al mozo que nos miró con cara de pocos amigos...

20 marzo 2014

El Forastero #11 (Penúltimo Capítulo)

11

Toda la vida soñé con una maquina del tiempo. Ahora está de moda. Ahora “Volver al futuro” es la película de culto políticamente correcta. Y no es por “bancar” a tal o cual cosa desde  Cemento, pero yo vi “Volver al futuro” en el 80 y algo y “Volver al futuro II” en el 90. Pero está bien, esas cosas pasan. Yo sé que vínculo tengo con el film y me basta. Me acuerdo que la alquilé apenas salió en video. Sí, era de los afortunados que tenía videocasetera. Era un mastodonte marca Noblex. Ya habiendo visto la 1, y teniendo al Doc, clavado en la cabeza, volviendo del futuro y llevándose a Marty y a Jennifer volando (literalmente) en el Delorian con una de las mejores frases del cine: “¿Carreteras?, a dónde vamos, no necesitamos... carreteras”. Vi la cajita del vhs de la 2 en el video club de Javier, un pibe de unos 30 años que nos cagaba a palos porque le revolvíamos todas las películas. Y me la alquilé, pero para mí me la estaba robando, la estaba secuestrando, no la pensaba devolver. Iba a pedir rescate, me iba a ir a la loma del orto con la película y no pensaba volver más. La vi –me acuerdo- un día de semana, a la tarde noche, solo, en mi casa. Mis viejos estarían en sus cosas, mi hermana, en las suyas, y yo solo, en el living, frente al televisor, devorando esa cinta. Siendo esa aventura, viviendo en otro tiempo, otro lugar. Literal y metafóricamente.  
Y desde ese momento, desde esas películas (la 1 y la 2) fue como un interruptor que se prendió. Otra vez, un interruptor. Listo, ya algo viajaba por adentro de mi cabeza. Desde ese entonces me empezaron a obsesionar los viajes en el tiempo. Veía todo lo relacionado con eso, me compraba cuanta revista de divulgación científica hablara de esos (y otros) temas: “Muy interesante”, “Descubrir”, “Conocer y saber”. Con amigos jugábamos a ‘Volver al futuro’. Hablábamos de detalles infinitamente sutiles, de supuestos errores. Y las veíamos, una y otra y otra vez.

Todo esa pasión explotó en forma de “Narración: tema libre” en 6to grado. El tema libre puede apabullar a los más estructuraros: “Uy, ¿de qué hablo?”; “¿No se me ocurre nada, Seño”; “Tema libre, tema libre... ya sé ‘La vaca’”. Pero a otros los puede alentar, a otros les puede dar las riendas para Ser como nunca antes. Más en un colegio de monjas, conservador. Bueno, yo que en toda la primera me sentí un boludo, en primer grado estuve a punto de repetir por “lento”, me puse a escribir como nunca antes, como nunca antes literalmente, nunca lo había hecho hasta ese momento y nunca lo volvería a hacer hasta los 17 o 18 años. Escribí sin parar, escribí sin levantar la cabeza, sin dudar un segundo. Era una narración pedorra para el colegio, pero hoy puedo decir que fue mi primer cuento. El tema abordado fue: El viaje en el tiempo. El título: “Dile al tiempo que vuelva”. El título no fue una invención mía, me había inspirado en una película rosa con Christopher Reeve, que había visto una vez en televisión: “Somewhere in Time”. Y que en latino se llamaba algo así. La película no es buena pero a mí me había impactado. Plantea que si uno consigue pasar la noche en un edificio antiguo y logra recrear la habitación con todos elementos de esa época: ropa, monedas, reloj, muebles, todo. Se acuesta a recitar una suerte de oración, al despertar habrá logrado trasladarse a ese tiempo.    
Volviendo a mi narración, la trama era compleja, medio difícil de seguir, viajes en el tiempo, dos versiones de una misma persona, y un amor, creo que no correspondido. No habrá sigo una gran cosa, seguramente, pero no importa. No estamos juzgando el nivel literario de un chico de 11 años que nunca había escrito antes, sino lo que estaba subterráneamente. Lo que por abajo se estaba gestando. La leí en voz alta. Leía horrorosamente mal. Pero mal enserio. Y esto milagrosamente lo leí bien. Normal, qué sé yo. Se entendió. Suficiente. Todos se quedaron cayados. Un amigo, recuerdo, me tiró abajo con eso de que leía mal. Pero está bien, cuando somos chicos solemos ser malos. La maestra no escuchó peros, dijo que lo había leído bien, que la trama era intrincada y se había entendido perfecto. Se quedó unos segundos en silencio, me sonrió y luego decidida se acercó a mi banco y sin más escribió en la hoja: “10 sobresaliente”. ¡A mí!, ¡al que leía como un tartamudo, al que tenía horrores de ortografía que lograban espantar a maestros y monjas! ¡Un 10! No habría podido prever jamás un 10 en Lengua. Jamás.   

Bastante más grande, de adolescente, charlando con otro novio de mi hermana, Lalo, un genio, llegamos a la conclusión que en “12 monos” la escena final se repite y se va a repetir por toda la eternidad. A saber: Cole (Bruce Willis) de adulto recuerda que cuando era un niño vio un asesinato en un aeropuerto. Luego ya de adulto viaja al pasado, al tiempo que era un chico, (por el quilombo del virus y la mar en coche), las cosas se complican y debe huir de la policía, corre por un aeropuerto, pero la bala de un oficial lo alcanza. Cae en brazos de la doctora Katheryn Railly pero antes de morir ve a un niño que lo está viendo atónito. Ese niño era él. Ese chico era él mismo. Ahí Cole, el adulto, entiende todo.
Nuestra hipótesis: Si el Cole adulto pasó toda la vida recordando ese asesinato, es que eso ya pasó. El niño Cole ahora, va a quedar recordando eso hasta que llegue a ese punto y segundo antes de encontrar la muerte entienda todo al verse así mismo de niño, otra vez. Y así otra y otra y otra ves, infinitamente.   

Después, un poco más grande, con veinteipico cuando veía más películas de las que podía asimilar, descubrí un libro que marcó para siempre mi vida y le dio un orden a esas seudo teorías que esbozábamos con el novio de mi hermana. El libro: Otras Inquisiciones. El autor: Jorge Luis Borges. No es ninguna novedad que los cuentos de Borges son brillantes, pero a mí, en ese momento, me pegaron más los ensayos. Qué sé yo, son etapas.
Borges en un ensayo de este libro cita a Herny James, y yo a su vez voy a tratar de citar a Borges. (Aunque creo que más bien voy a parafrasearlo): Borges cuenta que un tipo X está obsesionado con un dibujo que data de muchísimos años atrás. El dibujo es un retrato que inquieta el señor X por ser perturbadoramente parecido a él. Logra, el tipo éste, viajar a la fecha que indica el dibujo. Una vez allí, este señor, busca desesperadamente al autor del dibujo. Entre su aventura, ya cansado, descubre de casualidad que un hombre lo está dibujando sin su permiso. El señor X se acerca y ve con pavor el retrato en cuestión. Borges dice que James crea en su relato el regressus in infinitum. La causa es posterior al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencia del viaje.
Este magistral ensayo cayó como un rayo, directo a mi cabeza, ¡fum! Y le dio un nombre, un título a mis ideuchas. Sentí que estaba escrito para mí, sentí que Borges había viajado en el tiempo, quizás sentado en un bar nos escuchó divagar, y frente a semejantes paparruchadas dijo: “Bueno, cuando vuelva a mi tiempo, voy a escribir un ensayo como para que despabile este pobre cristiano. Por supuesto está la variable de que nunca se le ocurre leerlo, pero bueno, si le gustan los viajes en el tiempo quizás haya una remota esperanza”. 
O quizás, es una terrible coincidencia, nada más.

Entonces ahora, con algunos años más, escribiendo esto sigo volviendo, como un sueño recurrente, una y otra vez a los viajes en el tiempo. Porque estaba ahí, a los 11 años, y está ahora a los 34. En el medio muchas cosas, lo cierto es que en el momento de la narración nadie vio que ahí había algo, nadie fomentó (más allá de ponerme un 10) ni me incentivó. Después de ese 10 volvió todo a la normalidad. Volví a leer como el orto, a escribir peor. No sé, me podrían haber mandado a un taller literario. Pero está bien, tampoco es que yo decía que quería escribir. Quizás fue un momento de supraconciencia el que me llevó a sacar esa historia. No sé. La cosa es que acá estoy ahora escribiendo sobre los viajes en el tiempo con el mismo fanatismo con el que lo hablábamos con mis amigos, de chicos. Con la misma pasión con la que desembuché esa narración.
Y siguiendo una teoría que tengo que dice: si de grandes conservamos o exploramos algún vestigio de algo que nos apasionaba de chicos, lo qué sea, puede ser indirectamente, es que andamos por buen camino.

Continúa. 

14 marzo 2014

El Forastero #10

10

Caminando entre las góndolas miraba a “la chica que estudia”, así la voy a nombrar: “la chica que estudia”. La miraba como un detective de Chandler mira a su sospechoso. Con distancia pero con un grado de cercanía que rozaba el acoso. La miraba como Scottie mira a Madeleine en Vértigo, con falsa calma, deduciendo, tratando de descifrarla, totalmente inmerso. “La chica que estudia” era hermosa, tenía una de esas caras que, si se lo propusieran podrían conquistar un continente entero. Tenía un saquito verde agua, mientras leía los apuntes, con una mano iba subrayando o haciendo anotaciones y con la otra sostenía una cadenita de plata que por momentos se lo llevaba a la boca. Lo mordía, o lo chupaba no sé. Yo parado la miraba por encima de las góndolas. Cada tanto bajaba la vista a los productos pero con el único fin de justificar mi paseo por allí, no me interesaba nada en particular. Lo que me interesaba estaba del otro lado de las góndolas, del otro lado del mundo. Sentada, estudiando, mordiendo la cadenita. La piel era extremadamente blanca, casi rosa, tenía una remera con voladitos o no sé qué en el cuello. La verdad soy pésimo describiendo ropa femenina. Pelo lacio, atado en un rodete arriba, alto. De un color entre el castaño claro y el naranja. Imposible quizás representarlo en una pintura, en un dibujo. A veces la realidad es tan certera que puede llegar a anularnos. Una pierna la tenía arriba de la silla, como para sentarse en posición indio pero sobre la silla (uno por lo general se sienta así en el piso) y a medias, con una sola pierna. All Stars negras, usadas, no desvencijadas pero tampoco nuevas. Hay ciertos detalles que hacen de las mujeres algo aún mejor. No sé por qué, pero me pasa. Sé que los calzados altos, y sobre todo los zapatos de tacos altos, levantas el culo, pero a mí el calzado bajo: zapatillas, chatitas, sandalias, me pueden. Le dan una belleza natural que no sé por qué me gusta. Me gustan mucho. Ojo, puntualmente en los zapatos de tacos logro apreciar la estilización de la cosa, pero donde voy con todo es con el calzado de plataforma, por Dios no, eso no. Al cuadro lo completaba unos finitos anteojos plateados. Estudiaba concentradísima, yo pensaba: “¿qué onda?, ¿cómo alguien le puede poner tanto empeño a algo?, tanta concentración a un libro de estudios. No se movía, no levantaba la cabeza, si respiraba era un milagro. En ese momento miré a la chica de la caja que me estaba mirando a mí. Me estaba mirando mirar a “la chica que estudia”, no como diciendo “¿qué haces, flaco?” (como hace un rato me había puesto los puntos) sino con una cara que no me esperaba. Era una mueca risueña, como con un dejo de simpatía,  algo le causaría gracia evidentemente, no sé. Al verla con una relativa cercanía noté el pelo mojado, debía haber entrado hace poco. Vive cerca. O estuvo en la casa de algún chabón, pensé. (Nada me parece más sexy que ver a una mujer por la calle con el pelo mojado). Enseguida emulé un principio de risa más bien incómoda (siempre es incómodo darse cuenta que lo están mirando a uno) y enfilé para mis aposentos. Ahora que lo pienso quizás ella también había esbozado esa suerte de risa porque yo la mire que me estaba mirando. En fin.

Sentado de nuevo en mi “refugio” personal de esa noche, y sin poder dejar de mirar a “la chica que estudia” empecé a pensar en una historia. Una idea que me repicaba en la cabeza desde hacía un año. Tenía la historia para una película, para un largo. Por supuesto que no podía escribir formalmente un guión, no sé, no podía, no me salía, pero la pensaba, la tenía ahí. Era una idea barroca, cargada, densa, pretenciosa. Un director de cine no hallaba a la actriz para su película. Luego de reiterados casting no podía encontrar a la protagonista para su film. El tipo se pasaba horas y horas viendo pasar mujeres en un set de casting. Una tras otra, y otra y otra. Y nada. Hasta que un día deambulando por una plaza, ve en una feria un dibujo hecho a lápiz negro de una chica, de una mujer que lo cautiva por completo. Increpa al dibujante de ese retrato y le pregunta sobre la mujer. Éste le dice que la mujer no existe, que la inventó, que esa cara no representa a ninguna mujer real. El director de cine, que no escucha razones, emprende de todos modos una búsqueda, una búsqueda desesperada. Tenía hasta ahí, no era gran cosa, pero la idea me desquiciaba, la imagen del dibujo de una mujer que no existe me parecía una idea acabada de lo que había visto en el cine. De todas las películas que me habían cacheteado en esta etapa de cinéfilo adicto. No sabía como seguir, tenía una imagen del tipo tirando el guión a la basura. Tenía otra del tipo corriendo bajo la lluvia tapándose la cabeza con el guión, la agua corría la tinta hasta hacer desaparecer las palabras, hasta convertir ese manojo de páginas en justamente eso, un manojo de hojas inservibles, manchadas con tinta negra, imposibles. Tenía esas vagas ideas, esas imágenes de posibles desenlaces, pero en el medio faltaba algo, faltaba la película. O sea, no tenía nada. La frustración del director en no encontrar a la actriz era mi frustración de no encontrar una historia, una película. No escribía el guión, pero apuntaba ideas en un cuaderno Rivadavia de colegio. No tenía nombre porque no tenía ni pies ni cabeza pero cuando lo nombraba por alguna razón lo hacía con la palabra “Casting”. No era el caso porque estaba solo en ese mini-mercado, pero al estar mirando a “la chica que estudia” la idea salía a flote, volvía a la luz ese manojo de elementos que me obsesionaban: básicamente, la mujer.  

Continúa. 

                       

13 marzo 2014

El Forastero #9

9

Me sentía Travis Bickle pero una versión grotesca. Un bufón perdido por ahí. No había ido a la guerra ni mucho menos, pero me sentía un paria. Un payaso que no hacía reír, una marioneta sin espectadores, una ficha de un casino en banca rota. ¡Rupert Pupkin, bah!
Pero seguía ahí. Así. Firme. Jugando con fuego. Manipulando elementos desconocidos. Pensando cómo salir o mejor dicho como entrar. Como entrar al mundo. Pero mientras jugaba. Había días —no era el caso de aquel en el mini-mercado— que jugaba a ser zurdo. A ver, me explico: Yo soy diestro, uso esa mano para casi todo, pero había días, que me levantaba y me planteaba ser zurdo. Usaba todo el día esa mano como la propia. Escribía con la zurda, me lavaba los dientes con la zurda, si jugaba al fútbol pateaba con la zurda, lavaba los platos al revés de cómo lo hacía habitualmente, hasta me pajeaba con la zurda. En fin, cualquier cosa que requiera el uso de la mano hábil, yo lo hacía con la otra, la opuesta, la “torpe”. Era divertidísimo, una joda bárbara. Ok, no sé porque lo hacía. Por otro lado es muy fácil en esos casos donde uno es jugador y juez, hacerce trampa, bueno yo no. Yo que era el primero en hacerme trampa con esto no. Para esto tenía una conducta militar. Era como un interruptor, si me lo proponía, pum, tenía que hacerlo. Como no pisar las rayas de las baldosas por la calle para alguien con TOC o no pisar las vías del tren. Nunca hasta ese momento (por suerte ahora puedo) había pisado en mi puta vida las vías del tren. Si llegaba a poner un pie sobre una no me iba a morir ni nada, sino que perdía. Tan simple y desgarrador: perdía.
Otra cosa que funcionaba según este mecanismo era con mi amigo, Gutty. Un amigo de toda la vida, (desde los 4 años). A la edad de no sé, 12, 13, 14 descubrimos una cosa maravillosa para un grupo de adolescentes: Los pedos lanzaban una llamarada si les ponías cerca un encendedor prendido. Listo, no hay que explicar más. Las tardes eternas que nos pasábamos en la calle, al grupo se le sumaba Casanova, Osvaldo, Patti, Edu y Marce. Todo el bendito día. Llegábamos del colegio, revoleábamos la mochila, comíamos y a la calle. Todo el santo día. ¿Haciendo qué? Lo qué sea, cualquier cosa. Caminar, recorrer las calles de Flores y alrededores era una aventura digna de “Cuenta conmigo” o “Los Goonies”. No había cadáveres ni tesoros, pero había volquetes, había autos abandonados, videojuegos y viejas locas (peligrosa, posta. Salía a hacer las compras con un Tramontina en la mano) a la que le tirábamos fósforos cohetes en el hall de la casa. Pero en el puesto número uno estaba prender fuego los pedos.
Todo empezó probando a ver si era cierto: ¡¡AHHH, NOOO!! ¡¿Cómo de adentro nuestro puede salir semejante llamarada?! Luego no podíamos dejar de hacerlo. Gutty, que era el encargado de donar su preciado gas butano para la gracia de todos, cada vez que se le venía uno, paraba todo, se tiraba al piso, abría las piernas como quinciañera en celo y gritaba: “¡¡Fuego, Fuego!!”, ahí nosotros saltábamos con un encendedor y ¡Pa! “Llamarada Gutty”. Porque la cosa no podía esperar. Uno puede más o menos retener un pedo, pero no por mucho tiempo. Esto era así, él soltaba el grito de guerra y ahí estábamos sus soldados. Lo hacíamos siempre. Y cada vez era igual de buena que la primera. No lo podíamos creer. ¿Cómo no lo supimos antes? ¿Desperdiciamos 10 años de nuestras vidas?

Eso hacíamos, con eso nos divertíamos. Algo que quizás pueda parecer intrascendente para mí es todo. Para mí, hoy, es la clave. Esas cosas hablan mejor de mí que mi currículum.

Continúa.

11 marzo 2014

Bigote Falso Editorial: Sastrería de Libros

Idea

Bigote Falso —la editorial— surge con la idea de editar, en principio, su propio material. Textos de humor, cuentos cortos, novelas, revistas, fanzines.

Historia previa

Siempre fuimos fervientes lectores, adictos a la letra impresa, y gustosos de recomendar o hablar sobre libros de autores consagrados, los clásicos, los maestros. Pero de igual modo, lo hacíamos con nuestros pares  —amigos, conocidos, profesores— con los que, incluso, llegamos a intercambiar material.
Paralelamente, habíamos sacado un blog bajo el nombre: Bigote Falso, para escribir nuestros textos de humor, sacar afuera toda nuestra neura, todas nuestras obsesiones; pero también el material de esos amigos. Algo que no llegaba a ser un colectivo, sino más bien una camioneta combi medio abollada y sin papeles. Pero nos llevaba y nos traía. Vaya que sí.   

Nacimiento

Con esas dos premisas no tardamos en darnos cuenta de lo evidente, además de nuestras cosas, podíamos editar todo el material que circundaba esos antros. No es novedad que Internet democratizó la cultura, las voces, los pinceles. Hay un montón de nuevos autores (ficción, periodismo, humor, historieta, ilustración, blogs, fanpages) que sobrevuelan la net y nos apasionan.     

Una cosa llevó a la otra, así es como editamos nuestra propia revista impresa de humor y cultura con un montón de talentosos colaboradores. Gente que nos hacía reír, cuando desprevenidos navegábamos por Internet, o nos entusiasmaba de la manera que fuere. La revista se llama Bigote Falso y es de publicación semestral, el número #1 salió a la calle en octubre de 2013.
El proyecto de revista es una síntesis de todo esto que estamos diciendo.
Para saber más o adquirirla, pasen por aquí: http://www.bigotefalso.com.ar/search/label/Revista

Filosofía

Nuestro método no responde a ningún sistema 'académico'. No tenemos reglas, ni contratos, ni planillas para llenar. Lejos del lugar común 'hippie', creemos realmente en hacer las cosas de otra manera. Por un lado, ofrecer algo similar a las editoriales grandes sería necio de nuestra parte; no se puede competir con esos monstruos. Por el otro, tampoco queremos. Nuestra forma de relacionarnos en el mundo es otra: es cara a cara, dialogando, buscando la mejor opción posible para ser y hacer las cosas.
Tampoco creemos en eslóganes baratos tales como: “Te hacemos una propuesta acorde a tus deseos”. Nos inclinamos más por encarar cada libro como Los Simuladores lo hacen con sus potenciales clientes. Analizamos cada caso desde nuestra subjetividad (ahí es donde ponemos nuestra visión del mundo) y desde nuestras limitaciones: charlamos, le damos las vueltas que haya que darle para ver de qué manera se podría ejecutar el libro. Si se puede ejecutar. Porque quizás no haya acuerdo mutuo. Quizás el autor tenga ciertas necesidades o deseos que nosotros, simplemente, no podamos cumplir.  
Pero si una comunión se forja, enhorabuena: hay 'caso', hay libro.

Por lo dicho es que no tenemos una sola forma de trabajar. Cada caso es distinto, porque cada persona y proyecto lo es. Simple. No podemos asegurarle a nadie  —acá, ahora mismo— que le vamos a pagar la edición de su libro, pero tampoco podemos asegurar lo contrario. La verdad es que no tenemos idea, porque no sabemos qué propuesta tiene el que está leyendo esto en este momento.     


Material editado

-Bigote Falso #1. Octubre 2013.
Revista de humor nacida a partir de nuestro blog, con textos inéditos y 18 colaboradores.
500 ejemplares.
15x21 cm 
54 páginas

















*****

-El Plan del General Yerba Buena. Noviembre 2013.
Hernán Granovsky.
Novela.
150 ejemplares. 
14x21 cm
160 páginas 
Se realizó una segunda tirada de 100 ejemplares más. Diciembre 2013

















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-Periodismo pop. Marzo 2014.
Hernán Panessi.
Libro recopilatorio de sus mejores notas de cine y cultura pop.
100 ejemplares.
14x20 cm
100 páginas
Se realizó una segunda tirada de 100 ejemplares más. Octubre 2014 

















*****

-Jumper. Marzo 2014.
Alejandrina Bujalis.
Cuentos.
100 ejemplares.
14x12 cm
60 páginas















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-Bigote Falso #2. Noviembre 2014.
Revista de humor nacida a partir de nuestro blog, con textos inéditos y 23 colaboradores.
300 ejemplares.
15x21 cm 
66 páginas





















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-Cuadernillo de viaje. Noviembre 2014 
Lucila Yañez
Diario de viaje humorístico 
50 ejemplares 
15x10 cm.
138 páginas





















*****

-Bigote Falso #3. Agosto 2015.
Revista de humor nacida a partir de nuestro blog, con textos inéditos y 18 colaboradores.
300 ejemplares.
15x21 cm 
66 páginas

















*****

-Bigote Falso #4. Noviembre 2015.
Revista de humor nacida a partir de nuestro blog, con textos inéditos y 25 colaboradores.
300 ejemplares.
15x21 cm 
76 páginas

















*****

-Ideas del Sillón. Noviembre 2015 
Sebastián Culp / Tomás Portías (14 ilustradores)
Textos humorísticos + Dibujos 
200 ejemplares 
14x20 cm.
110 páginas

















Reediciones

-Obsesiones de bolsillo, 2° edición. Marzo 2013
(La 1° estuvo a cargo de la editorial independiente: La E del Coihue Infinito)
Rodríguez, Yañez, Culp, Falangie.  
Libro recopilatorio de textos de humor de nuestro blog: Bigote Falso.
100 ejemplares.
14x10 cm
88 páginas.

















*****

-La trama invisible, 2° edición. Octubre 2014
(La 1° estuvo a cargo de la editorial The Phantom)
Sebastián Culp.
Novela.
50 ejemplares.
12x20 cm. 
180 páginas
















Recepción de material

En este ítem debemos ser sumamente cuidadosos. No nos gustaría generar falsas expectativas en nadie, como quizás pasa en muchas editoriales.
La idea inicial es abrir la convocatoria a quienes tengan ganas de mandar una propuesta antes que un material, que muchas veces queda olvidado en la casilla de mails con promesas de lectura que nunca llegan. Preferimos escuchar la propuesta, intercambiar algunos mails, conocer un poco el proyecto, que nos conozcan a nosotros y saber si buscamos más o menos lo mismo; luego, sí, pasar a la siguiente fase.
    
Lo que viene después será para cada libro distinto

Recepción de propuestas


Amigos... ¡Bienvenidos al mundo del mañana!

01 marzo 2014

El Forastero #8

8

Dispuse cada imán, cada volante según las direcciones reales de esos locales, sobre la mesa del mini-mercado. Tracé una línea en birome delineando las calles, las manzanas, los cruces. Armando una suerte de maqueta del barrio pero plana, achatada, un plano bah.

Le apoyé el dedo índice a la barrita de cereal, que era rosa (sería de frutilla con yogur o algo así), y la moví, de afuera de esa especie de maqueta hacia adentro. La detuve sobre la calle, en medio del “barrio”, rodeada de los locales de ese micro mundo miniatura. 

Me agaché sobre la mesa, me recosté apoyando la pera sobre mis brazos cruzados. Miraba ese plano, ese barrio, los volantes, la barrita de cereal. Escribí sobre la línea que representaba una calle, justamente el nombre de la calle: “Estrecho de Masllorens”, y sobre la otra línea, la otra calle: “Coronel Tomaseli”. Y arriba de todo, a modo de título, el nombre del barrio: “Proyecto F. Coppernico” (con doble p y sin tilde)   
Me gustaba, que sé yo.
Hacía esas cosas y como que me “perdía”, me abstraía, y me hacía bien. No sé, el tiempo podía haberse detenido ahí, y yo podría haberme quedado así, pensando en la nada, viajando. Mirando, mirando y mirando. Mirando sin mirar, mirando cada detalle. Perdiéndome en lo observado. El ojo es como el estomago, como un músculo, hay que alimentarlo, darle de comer, hay que ejercitarlo, mantenerlo en forma. El ojo te pide, vos tenés que saber escucharlo y darle, darle lo que te pide.
Uno, al verme ahí, podía haber pensado tranquilamente que estaba triste, que estaba mal, deprimido o que sé yo. La verdad es que no, estaba ahí, simplemente estaba, como ir a otro ritmo, moverme a otra velocidad absolutamente distinta al resto de la humanidad. No era un tipo común, tampoco era un excéntrico (hasta los excéntricos –y sobre todo lo excéntricos- encuentran un lugar dónde moverse), no tenía trabajo fijo, no estudiaba nada en ese momento, no tenía novia, ni casa, ni un perro, ni auto, no siquiera bicicleta. Diambulaba, pero ni un linyera era. Obvio, comía todos los días, tenía a donde dormir y todo eso. No voy a decir que ser un linyera es fácil, por favor, debe ser una de las situaciones más desoladoras que una persona pueda experimentar. Estar solo en el mundo y vivir en la calle. Que la gente pase y no te ignore por voluntad, sino que ni si quiera te vea, ni siquiera repare en que ahí hay una persona, un ser humano, pero yo ni siquiera eso era. 
Por favor, no comparemos porque convertiría a esta historia en una boludés supina (sino lo es ya), cuento subjetivamente (imposible otra cosa) lo que me pasaba a mí: Yo estaba en un limbo, no quería laburar de saco y corbata pero no me animaba a saltar, a dejar todo atrás. A irme de viaje a la concha de la lora o simplemente abandonarme de verdad. Soltar todo y quedarme ahí, mirando a la gente pasar. No, no me animaba, pero en realidad tampoco quería eso. Era justamente todo lo contrario. Quería hacer algo. Quería hacer todo. Quería encontrar algo para mí, algo en lo que fuera bueno, o simplemente algo que me gustara. Tenía ideas locas, ideas pretenciosas de cosas, pero como que no tenían, digamos, una base de realidad. Entonces me auto-excluía. Entonces las obsesiones, entonces esa bola de actividades que me daban un orden, una razón.
Había estudiado cine, pero no pensaba en películas, en escribir o filmar películas, pensaba en ideas enormes, en películas infilmables, en ideas fáusticas, magnánimas, inabarcables. Proyectos meta-ficticios; documentales apócrifos; intervenciones de personajes en la realidad; juegos donde el mundo era el tablero; instalaciones gigantescas: paredes que dejaban de ser paredes: por medio de fotos, de muchas fotos de la calle, por ejemplo, pegadas una al lado de la otra cubriendo la totalidad de la pared, ésta se desvanecería, y le daría el lugar a lo otro, a la calle, un árbol, el cielo. Un collage de realidad sobre una pared de concreto en tu living; pensaba en redes de subtes imaginarios. Intrincadísimos. Fantasmagóricos y futuristas.
Y me frustraba, me enroscaba, me daba una vuelta más.
Lo que sí hacía era escribir. Escribía casi como un conectarme con otro orden. Casi como una religión. De noche, con música y vino, meta teclear, meta escribir, meta-física. Sonetos, prosa, verso libre, librísimo. Sexo, flujos, carne, saliva, deseo, deseo y más deseo. No escribía, tenía sexo con las manos. Usaba el teclado de la computadora como un piano. Como si fuera un loco músico del 1800. Escribía sin parar. Escribía sin mirar. Escribía para mirar, para ver. Escribía todas las noches. Simplemente no podía dejar de hacerlo, como ahora, esto. Eso me calmaba. Me devolvía algo de lo que me habían sacado o había perdido. Algo que me pertenecía. Volvía a ser yo. Volvía, cansado, turbado. Pero volvía. Y como se ha de volver de un viaje extraño y alucinado, no era el mismo. Me conectaba con migo otra vez, pero paradójicamente era otro. Uno distinto. Uno nuevo.         

No escribía cine ni filmaba pero sí pensaba en películas que veía, era -junto a salir a caminar por los barrios- otra de mis actividades, digamos, intensas: mirar películas. Clásicas americanas, nada de gilada elistísta europea, el cine clásico americano es la perfección. Minelli, Cuckor, Hocks, Ford, Lang (la época americana), Wilder, Mankiewicz, Fuller, Sturges. Me miraba mínimo una película por noche, o incluso más. Me las devoraba, nunca más volví a ver tantas películas en mi vida. Vivía esa ficción. Esa era mi realidad. Mi forma de vivir. Me daban letra, me enseñaban a hablar (como dice Tony Montana en Scarface), a ser, me marcaban el paso, el pulso, el ritmo. Ese fue mi forma autodidacta de estudiar, de entender el mundo. Una visión del mundo, bah.                  

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