Seguidores

16 febrero 2015

Soy tan culpógeno que un libro que me prestaron me puede durar medio año, ahí, sobre la mesa de luz, acechándome, porque no me “enganchó”.
Porque, es obvio, ¿cómo me voy a atrever siquiera a devolverlo si no lo leí? 
Él, que pensó en mí; él que un día dijo: “este libro es para vos, vas a flashear.”.
Ohhh, Diosss, ahí siento como un puñal cargado con toda la culpa de la historia del mundo me atraviesa el pecho cuadro a cuadro, como cuando a Rafa se le rompe el corazón porque Lisa le dice que no lo quiere.

Y el libro en la mesa de luz me mira, día tras día, noche tras noche. Una vocecita me dice: “Leeme, leeme, leeme”. Y lo intento, no es que no. La culpa es tan grande que lo intento. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Pero no. No me engancha.
No me engancha.
Pero no lo puedo devolver.
Y hay algo más grave, tampoco puedo pasar a otro libro
Pará, pará, pará, ahí explico.
Si este libro es una novela, sí puedo leer otros de historietas, una revista, un cuadernillo de chistes verdes o la Penthouse, pero NO puedo pasar a otra novela. No hasta que termine esta.
Entonces lo dejo ahí, lo tapo con otros libros para no verlo. 
Pero lo siento, siento como late y late, como un corazón delator.
Siento que me estoy pasando toda la buena predisposición de mi amigo por el escroto; siento como me paso su buena opinión que tiene de la literatura por los dos huevos, pero muy lentamente. Primero por uno, dando toda la vuelta, y después por el otro.

Me siento un ser despreciable. Un mal amigo. Merezco que nunca más nadie me preste ni me recomiende nada, ni un mísero link, ni siquiera que me conviden una DRF de anís. Es la más fea, pero no la merezco.

Sebastián Culp
2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario