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19 junio 2015

Yo Filmé Porno: Introducción / Capítulo 1

Introducción
Durante varios años trabajé como camarógrafo freelance. Tenía una cámara, un trípode y salía a la guerra a filmar lo que sea: Bar Mitzvah; casamientos; cumpleaños de 50 de algún ricachón en un country; carreras de caballos; no-partidos de fútbol de Independiente (filmaba a la tribuna al mejor estilo “El Aguante”); carreras de autos en la loma del orto; recitales copados a 5 o 7 cámaras en Obras para el DVD oficial de esa banda; el Personal Fest de no sé qué año; o el festival “30 años de Punk”, donde me mandaron a filmar a la fosa por mi altura. Qué linda la fosa, justo entre los músicos y el público. Justo-justo para recibir las ofrendas que esa cultura acostumbra a entregar a sus ídolos: garzos.
Pero mayormente la pasaba bien.
Un día un amigo me llamó para unas jornadas: “Filmar porno”, me dijo sin vueltas.
Ahá, ok. Cómo no.
Fui a un bar. Hablé con un pibe, el “productor”. Lo pongo entre comillas porque en realidad era un pibe de la noche, mucha pastilla, mucho boliche, que conocía prostitutas pagas, taxi boys, y era amigo del “director”, bueno, del tipo que encargaba el trabajo.
Ah, claro, lo que hace un productor, ¿no?
Bueno, la cosa es que no eran películas porno, lo que uno dice Películas Porno, eran más bien “videos”. Y no videos así nomás, sino que había que emular videos de cámara de seguridad. Hermoso.
Cámara de seguridad de palieres de edificio; cámara de seguridad en heladerías (que obvio todo, ¿no?); en gomerías; en oficinas; en ascensores, en locutorios y gimnasios.
1 locación.
1 chica.
1 tipo.
1 cámara.
1 productor.
Y listo. El “director” ni iba. ¿Para qué? Era todo con luz natural, con cámara fija, un solo plano secuencia. (Un plano secuencia, Dios, Hitchcock se está estrangulando los dos huevos en la tumba con una “Soga”). No había que marcar la intención de la escena, ni repasar la letra, ni nada. Era porno sin sonido, sin tamaños de plano, ni movimiento de cámara, ni... era porno, punto.
Yo iba a la locación, plantaba la cámara bien alta, le ponía un lente angular para dar más sensación de “lejanía”, le daba al botón de Rec y me tenía que ir.
Sí, las primeras veces me tuve que ir del “set” porque las chicas querían estar a solas con su partenaire. Está perfecto. No pasa nada. O sea, está todo bien.
Las primeras veces, después eso cambió.
De eso se trata esta historia.
De mi estadía por el mundillo del porno.
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Capítulo 1: Un “virgo” en tierras desconocidas

El primer día.
Me citaron a la 1 o 2 de la tarde de un sábado.
Lugar: Microcentro. Un edificio de oficinas.
Me encontré con el productor en la puerta.
Demasiado limpio.
Demasiado bañado y perfumado.
¿Qué onda?
Subimos al edificio, a las oficinas. En el ascensor el pibe se iba acomodando la pija por adentro del pantalón. Tenía hasta las cejas depiladas y el pelo con gel.
“¿Este es el productor?, ¡este va a garchar!”, pensé.
Bajamos en tal piso. Las oficinas estaban en total funcionamiento, había carpetas, papeles, pero ahí, un sábado, estaban desoladas. Era un lugar común, amplio, con varios escritorios y después oficinas chicas, onda de gerentes o algo así.
Nos había cedido el paso a las oficinas el encargado, el tipo que las cuidaba.
Lo que sospechaba, no me pude quedar, ni filmar. Planté la cámara en una oficina chica, con un escritorio y una computadora. Puse el tape, hice los balances de blanco, desplegué el trípode bien alto, le di rosca al lente angular y listo. Solo faltaba poner “Rec”.
—Buenoo... ...— me dijo el productor.
—Ok, me voy— dije yo.
Me fui a “hacer tiempo”.
Ni me acuerdo qué hice.
Volví a las 4 o 5 horas.
Había movimiento en la oficina.
Estaban los actores, el productor y el director (cómo era la primera vez fue) y alguno más que no sé.
El director y dueño del proyecto era ruso. Y le decían “Ruso”. No “Ruso” de Villa Crespo, Ruso de Rusia, de Moscú. Era grandote y rubio, abusaba de pantalones blancos, de cadenitas de oro y masticaba chicle todo el día.
Me lo presentaron. Hablaba en un castellano rasposo, pero se hacía entender bien. Era entrador, gracioso.
Charlamos dos segundos. Estaba ocupado.
Fui a agarrar mis equipos que estaban en otro rincón de las oficinas, habían filmado varias escenas. La cámara había quedado en un plano que era un insulto. Torcido, mal plantado, feo. Sé que muchos toman el porno como un arte y está bien, pero no todo el porno es arte. Este no lo era. Esto era gente cogiendo adelante de una cámara fija, y está bien. Ellos buscaban eso.
Las chicas salieron del baño: una petisa que rajaba la tierra. La otra, era la doble de Mariana De Melo. Se estarían limpiando, pensé. Y no es que tenga la mente podrida, era obvio.
Mientras guardaba mis cosas veía el “set” y no pude evitar pensar: “Acá trabaja gente. El lunes va a venir un pobre infeliz a completar mil planillas de Excel a esta oficina, como si nada, sin sospechar que el sábado una petisa estuvo en cuatro patas garchando sobre su escritorio para una película porno”.
Y lo más gracioso de todo —pienso ahora— jamás lo va a saber.
Mientras guardaba todo, vi que había un tipo más ruso que el Ruso. Era más ancho y más rubio. Con la cara más dura y los ojos entre atentos y aburridos. No emitía sonido. Dejé de mirarlo, por las dudas.
El productor me dio los casetes con lo filmado y me encargó que baje el material a DVD. “Ah, ok, ¿me das el material a mí?, dale, no hay problema, yo me encargo”.
Saludé a todos con un gesto y me fui. Claramente era un forastero, era un “virgo” en tierras desconocidas.
En la semana hice la bajada del material y lo llevé a las oficinas del Ruso: un departamento cualquiera del centro. Un lugar que aparte de funcionar de centro de operaciones era su casa. Me muestra mínimamente su estudio y me comenta de qué va todo esto. Me comenta que un portal de afuera le encarga el trabajo. Él tiene que filmarlo, editarlo (muy mínimamente) y subirlo a la web. A las chicas que —muchas de ellas— no quieren aparecer en la red (porque no son actrices porno declaradas, sino trabajadoras sexuales) les dicen que es para un portal ruso, que por más que googlees y recontra googlees acá, en Argentina, no aparece nada relacionado con ellas.
Genios del “chamuyo”. Es internet, maestro, ¿cómo no va a aparecer? En fin.
Charlamos con el Ruso, todo bien. Vimos el material por arriba. Le gustó como filmaba mi cámara y supongo que le caí bien, porque me encargó varias jornadas más.
La plata era buena. No una locura, pero era buena. Y tenía mucho laburo para pasarme.
Saliendo del estudio, pasamos por el living y vi al otro ruso, el ancho y serio. Estaba sentado frente al televisor mirando algo a todo volumen. No emitía sonido, y en ningún momento giró la cabeza para ver qué pasaba, quién era yo, ni nada.
El Ruso me dijo riéndose y masticando chicle: “Es mi guardaespaldas”.
“Ahhhh, ok, tenés guardaespaldas... No, está bien, qué normal todo”, pensé mientras me iba y aceptaba el trabajo.

Nota I: Sinceramente no me quedé con el material. Lo vi, claro, tampoco es cuestión que venga acá a mentirles, lo vi, sí, pero no hice copia.
Nota II: Sí, el productor esa tarde garchó.

Sebastián Culp
2015

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